Los hombres, entonces chicos, de mis años
jóvenes forman parte de la primera generación
que en España no fue “de putas”. Hasta entonces, los señoritos se
iniciaban con las criadas (lo que no impedía que también frecuentaran burdeles,
casas de lenocinio, prostitutas más domésticas e incluso callejeras) y los
trabajadores en casas de putas toleradas, algunas de ellas instituciones muy serias con chicas muy
legales, es decir con reconocimiento médico periódico, condón incluido en el
precio y ciertas ganas de quedar bien y
defender su puesto de trabajo.
A partir de los años ’60 del siglo pasado
los chicos se acostaban con las chicas, los novios hacían el amor, las parejas
empezaban a vivir juntos “para probar” antes de casarse y las casa de putas
–como las putas propiamente dichas- perdieron parte de su aura literaria y mucho de su encanto. El oficio más viejo del
mundo pasó a ser más clandestino que nunca, unos ratos casi prohibido y otros
perseguido, con lo que se volvió también más mezquino. Las prostitutas han
atravesado el siglo con una evidente pérdida del glamour que tuvieron en los
años ‘20/’40 de entreguerras, han cambiado de nacionalidad y de color (ahora
son mayoritariamente extranjeras, procedentes del antiguo este europeo, el
caribe y algunos países subsaharianos) y, salvo excepciones, confiesan que hacen
su trabajo como pueden, sin ningún entusiasmo, porque no es más que el último
recurso que les queda antes de caer en la desolación de una vejez sin techo o
la expulsión del país por ilegales. También hay lo que se conoce como putas de
lujo y acompañantes de alto standing, pero esa es otra película.
Aquí, en general, las putas no tienen muy
buena prensa; pero hay países de nuestro entorno más cercano donde se les sigue
reconociendo una cierta utilidad social,
se estima su quehacer en lo que vale y en lugar de prostitutas las
llaman trabajadoras del sexo. Ellas revindican profesionalidad y eficacia y el
Estado las tiene en consideración, les proporciona las ventajas de la seguridad
social y les cobra los consabidos impuestos sobre el rendimiento del trabajo,
lo mismo que a cualquier currante. Pero, claro, para que a uno le puedan cobrar
impuestos –sea ingeniero o puta- tiene que tener un domicilio y casi siempre
una cuenta bancaria, tarjeta de crédito, o lo que sea; y cuando una es puta
ilegal suele dormir en pensiones donde no piden la documentación y la colecta
diaria la guarda en el colchón o la envía a otras latitudes, que siempre hay
hijos, padres e incluso maridos esperando el maná mensual.
En la ciudad alemana de Bonn, donde hay
prostitutas de dos tipos –las fetén, cobijadas en casas con total seguridad
(para ellas y para el cliente), y las ilegales, mayoritariamente “sinpapeles”,
que ejercen a salto de mata por la ciudad-, la alcaldía acaba de encontrar la
solución para que también las clandestinas paguen su cuota al erario: una
especie de parquímetros, situados en rincones discretos de la geografía
callejera, donde ellas meten 6 euros y la máquina se los cambia por un “vale
para una noche”: con ese dinero, de las 20:15 a las 6:00 pueden hacer su
trabajo en toda legalidad; si un agente les pilla sin el ticket les multa por
una cantidad mucho mayor. A cambio, el alcalde de Bonn les ha prefabricado en algunos
descampados una especie de casetas sin techo y muy precarias, para que su
trabajo no se convierta en espectáculo callejero.
Este impuesto municipal, novísimo, se
suma a otros anteriores y casi igual de originales y excéntricos, como el
impuesto sobre los perros que también pagan ahora los ciudadanos de Bonn que
disfrutan de la compañía del mejor amigo del hombre.
Así que, como ha dicho esta mañana un
presentador del canal francés TV5Monde
comentando la noticia con su corresponsal en Alemania, “…y si la puta tiene
perro paga el doble de impuesto”.
Mercedes arancibia
Gracias por la estupenda reflexión. Solo decir que yo entiendo que la prostitución no es el oficio sino la esclavitud más vieja del mundo. Como bien dices antes utilizaban las "criadas", ahora un alto porcentaje son inmigrantes sin papeles...
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