lunes, 23 de julio de 2012

Consecuencias de la salida de España del Euro


La  crisis avanza, la caída del país es vertiginosa. Hace apenas unos meses el debate “natural”, aunque evitado,  hubiera sido si permanecer o preparar la salida del euro. Ahora ya el dilema se reduce a si ser rescatados y convertirnos en una colonia europea o romper con el euro. Pedro Montes, firme partidario de la salida del euro, indaga en sus consecuencias y nos trata de demostrar que,  siendo a estas alturas un hecho traumático la desvinculación con  la moneda única,  no es comparable con el futuro  desolador y sin esperanza que supone mantenerse en ella.   

Cada vez son más los economistas críticos que valoran la salida de nuestro país del euro como lo más conveniente. Los caminos por los que cada uno va llegando a esta conclusión son diferentes.
23_bce“Salir del euro significa, fundamentalmente, que nuestro país debe tener una moneda propia cuya emisión y control dependerá del Banco de España, que recuperará así su papel histórico”. ©James Shiell
Quienes podríamos considerarnos en posiciones más radicales, apostamos por la salida del euro porque consideramos que no hay solución a los problemas económicos de nuestro país en el marco de la moneda única y porque, además, estimamos que en la Europa de Maastricht es imposible llevar a cabo una política mínimamente progresista,  por cuanto Maastricht representa la culminación del proyecto neoliberal europeo.
Otros se han aproximado por dos motivos. El primero, que no ven posible o, por lo menos, fácil llevar a cabo las reformas necesarias en la Unión Europea para sostener al euro y corregir sus carencias más evidentes, con el tema fiscal como decisivo. Preferirían salvar la unidad monetaria, pero están llegando a la conclusión de que la Europa de Maastricht no es reformable. El segundo, que las políticas de ajuste y recortes que se están practicando como solución a la crisis financiera de la zona del euro no evitan consecuencias desoladoras para los países, caso de Grecia o caso de Portugal, y que la situación de la economía española se degrada a tal ritmo que resulta inevitable plantearse la cuestión del euro aunque no sea algo deseable.
El deslizamiento al abismo de Grecia y Portugal, como si hubieran sido maldecidas por la divinidad, y la deducción lógica de que nuestro país no podrá evitar un trayecto parecido, hace que, intelectualmente, se contemple ya la supervivencia o la pertenencia al euro como un capítulo cerrado, sin vuelta atrás, pendiente únicamente del desenlace efectivo. Los argumentos para seguir en el euro parecen agotados,  y sólo cabe esperar el curso de los acontecimientos que, aunque muy incierto, parece inexorable.
Muchas incógnitas y falta de control de la situación
Nadie ha planteado por el momento como se llevaría a cabo este descuelgue de nuestro país del euro. Y ello por la razón de que estando la moneda única en una crisis de supervivencia nadie está en condiciones de saber cómo será su desenlace. Por acuerdos, por expulsión o desenganche de algunos países, por conmociones financieras que arrasen algunas economías, por una crisis general,….como se colige, hay muchas  incógnitas en el horizonte y una manifiesta falta de control sobre la situación, por no pasar a considerar aspectos sociales y políticos, que están también sobre el tapete.
“Salir del euro significa, fundamentalmente, que nuestro país debe tener una moneda propia cuya emisión y control dependerá del Banco de España, que recuperará así su papel histórico”
Desde luego, todos valoran como un hecho histórico la salida del euro cualesquiera que sean las razones o la forma en que se produzca, y todos saben que se abre con ello un periodo trascendental de muy difícil pronóstico en sus consecuencias según un proceso que está, como se ha dicho, en bastante medida fuera de control.
Estas palabras, en apariencia, se vuelven inmediatamente en contra de los defensores de la salida del euro, como si tuviéramos que ser nosotros los que justifiquemos esa necesidad y los responsables de los inconvenientes, si se quiere graves y traumáticos, que la alternativa tiene.  No obstante, ese traspaso de la carga de la prueba no  es admisible, puesto que la propuesta surge de la orfandad intelectual que existe para avanzar en la integración de Europa con el euro, del desastre causado por su la existencia (por supuesto, con causas adicionales), y del progresivo hundimiento que sufre la economía cuando se implantan la medidas económicas recomendadas o exigidas por los poderes económicos europeos. Hay que tener en cuenta que el euro es un proyecto tan contrahecho -competir países tan desiguales sin el resorte y alivio que representa las devaluaciones del tipo de cambio para los más débiles-, y con tantas carencias -la fiscalidad compartimenta- que si por una vía milagrosa se superase la actual crisis,   al día siguiente comenzaría a gestarse la siguiente.
La ruptura con el euro algo mucho más que simbólico
Hasta ahora se ha hablado de la salida del euro, pero debe quedar claro desde el principio que esta forma de expresar la necesidad de una ruptura económica es una manera simplificada y sintética de los cambios que han de producirse, que van más allá de disponer de una moneda propia. Pero, sin duda, la ruptura con el euro es algo más que simbólico  y no cabe renunciar a expresarnos con claridad y sin temor a las críticas.
En fin, entremos en materia, iniciemos la tarea de descifrar las consecuencias de la salida del euro y de pensar como afrontar el periodo de transición económica que se abre con ello.
Una moneda propia emitida y controlada por el Banco de España
Salir del euro significa, fundamentalmente, que nuestro país debe tener una moneda propia cuya emisión y control dependerá del Banco de España, que recuperará así su papel histórico. Este hecho, devolver al Banco de España sus funciones de emisor de una moneda y prestamista de última instancia para el conjunto de la economía, es de los más relevantes y decisivos que ocurrirán. La pérdida de la soberanía monetaria supuso la pérdida de un resorte fundamental para controlar la evolución económica del país atendiendo a las necesidades económicas y sociales.
“La pérdida de la soberanía monetaria supuso la pérdida de un resorte fundamental para controlar la evolución económica del país atendiendo a las necesidades económicas y sociales”
El Banco Central europeo, con una autonomía injustificada, ha tenido que llevar a cabo una política dirigida en lo esencial a controlar la inflación de la zona euro, y cuando se ha olvidado de esta tarea lo ha hecho en función de las necesidades de los países predominantes en la zona euro, léase Alemania y Francia. Determinar una única política monetaria para un conjunto de países tan diferentes y sobre todo recorrido por problemas y coyunturas no equiparable, es una de las grandes fallas del euro y una causa primordial de la crisis actual.
La existencia del Banco España, asemejado a la tan deseada Reserva Federal de Estados Unidos como fuente de liquidez, pondrá en manos de los gobiernos la posibilidad de manejar la política monetaria, en sus vertientes esenciales de determinar la cantidad de dinero y/o  los tipos de interés. El hundimiento que sufre la economía se podrá amortiguar con una política monetaria que alimente las cajas vacías de todas las instituciones públicas para estimular la demanda, practicar políticas de alivio de los costes sociales de la crisis, impulsar medidas progresistas y de mejora de los servicios públicos y facilitar la recuperación de muchas empresas liquidadas o en trance de hacerlo  por las deudas que tienen contraídas las Administraciones Públicas. Nada funciona hoy con normalidad por la falta de crédito, y muchas empresas viables y rentables desaparecen por falta de financiación, cuando el Banco de España, incluso actuando con disciplina y ortodoxia,  podría proporcionar toda la liquidez necesaria para poner en marcha y lubricar la maquinaria económica ahora enmohecida del país.
Problema distinto es todo lo concerniente al papel del Banco de España ante la crisis bancaria. A margen de las reformas emprendidas, desde el punto de vista del tema que nos concierne, no parece conveniente dedicar fondos públicos ni proporcionar liquidez para  sanear instituciones privadas que han cometido muchos abusos y errores. En buenas leyes de la economía de mercado, deben solucionar sus problemas sin perjuicio de las conmociones que una crisis bancaria originará, lo que no excluye prestar protección a los pequeños y modestos ahorradores. No hay que dejar de pensar que hablamos de un periodo transitorio y turbulento como consecuencia del fracaso del euro.
Una devaluación contundente para afrontar los problemas
Desde el momento que exista una nueva moneda, la vuelta de la peseta tiene todo a su favor, será necesario fijar el valor de su cotización con el euro si existe o con otra moneda de referencia universal, el dólar, y, a partir de esa cotización, determinar el valor de la peseta con el resto de las monedas existentes. No cabe duda que la nueva peseta tendrá que sufrir una devaluación muy importante con respecto a su actual valor, con independencia de la moneda de referencia, el euro  o el dólar. El desequilibrio exterior es tan agudo, que  una economía hundida en los últimos tres años que ha generado 3 millones de parados, todavía ha registrado un  déficit por cuenta corriente en 2011 próximo al 4% del PIB. Sólo con una devaluación contundente se afrontaría el problema.  Una decisión adicional es si dejar la nueva moneda que cotice con total  libertad en los mercados o si controlarla en alguna medida interviniendo la autoridad monetaria en los mercados de divisas.
Sobre el papel, y, por supuesto, sin considerar el imponderable impacto social y económico, y el efecto interno e internacional,  la aparición de la peseta tendría el mismo significado que una devaluación como las que ocurrían antes de la creación del euro. Las exportaciones se verían estimuladas y las importaciones frenadas, dependiendo, claro está, de la magnitud de la devaluación y de la flexibilidad o elasticidad de las importaciones al encarecimiento de los precios interiores, a través de los cuales se tiene que operar la mejora y cierre del déficit exterior.
Es evidente que toda devaluación tiene efectos inflacionistas, tanto más cuanto más insustituibles sean las importaciones, pero no es razonable suponer que la vuelta a la peseta impulsará los precios al alza como lo hizo la implantación del euro. El precio de la taza café como ejemplo. Mas bien lo contrario. Pasar de una unidad de cuenta a otra que valía 167 más era abrir las puertas a los abusos, que posiblemente se nos mostrarán  en toda su magnitud cuando nuevamente los precios de los bienes y servicios se expresen  en pesetas. Por supuesto, todos los beneficios colaterales de la moneda única – facilidades al viajero, tasas de compraventa de moneda extranjera, coberturas de riesgos del tipo de cambio, etc – se perderían, pero son minucias en comparación con la destrucción que puede seguir causando el euro: tendrían entonces la consideración de lamentables “daños colaterales”, como ocurre con los bombardeos de la OTAN.
Rechazo a los argumentos de un supuesto empobrecimiento
Por otra parte hay que rechazar por incorrectos los argumentos del “empobrecimiento” que sufriría nuestro país. La mayor parte de la producción y el gasto se realiza entre los residentes del país, y no tiene que sentirse afectada por la moneda en que se valoren y realicen los intercambios. Otra cosa son las importaciones y exportaciones, que si resienten la variación del tipo de cambio, encareciéndose las primeras para los españoles y abaratándose las segundas para los extranjeros, lo cual implica un cabio adverso en la relación con la que se intercambia con el exterior: hay que entregar más bienes españoles por la misma cantidad de importaciones. Pero ello no implica un “empobrecimiento” general, sobre todo si las exportaciones se ven estimuladas. Todo lo ocurrido en nuestro país tras las devaluaciones sucesivas que hubo que efectuar en 1992 y 1993,  cuando la crisis del sistema monetario europeo- el SME-  es un periodo  de referencia digno de tenerse en cuenta, pues tras ellas, con las exportaciones como catalizador, se inicio una recuperación  económica prolongada.
23_st2Los desahucios de decenas de miles de familias son el símbolo más dramático del fracaso económico de nuestros gobernantes. ©Hirian Aldizkaria
Sobre el conjunto de las operaciones de la balanza de pagos por cuenta corriente, incluidos también los servicios,  no cabría sino esperar una mejoría, cuyo significado aparte de corregir el desequilibrio actual, sería un estímulo a la actividad y el empleo en la medida que todo nivel de demanda interna se cubriría con menos importaciones y las exportaciones crecerían.
No obstante, es evidente que las relaciones con el exterior no se limitan a los flujos corrientes-transacciones comerciales, servicios, pago de rentas y transferencias-  sino que existen también operaciones financieras. El  conjunto ha determinado a lo largo del tiempo una posición financiera externa de la economía española que se verá muy afectada por la recreación de la peseta y la devaluación referida.
Al finalizar el año 2011,  la economía española tenía una posición neta negativa frente al  exterior de 968.000 millones de euros, resultado de unos pasivos de 2.316.000 millones de euros y unos activos frente al exterior de 1.348.000 millones de euros. Sin entrar a desglosar la composición de unos y otros, relevante a los efectos que vamos a comentar, cabe decir que los poseedores de activos frente al exterior ganarían en la medida en que los tienen formalizados en monedas cuyo valor en pesetas sería mayor por la devaluación inicial de la nueva moneda. Por el contrario,  la masa de deuda externa con sus correspondientes compromisos de devolución se vería incrementada para los residentes internos por la devaluación que sufra la nueva moneda. Por decirlo sencillamente, habrá que devolver euros que valen mucho más que las 166,386 pesetas actuales. Un incremento significativo de la deuda externa representa uno de los problemas fundamentales de la salida del euro.
España no podrá pagar nunca la deuda externa acumulada
La cruda realidad es que nuestro país no podrá pagar nunca la deuda externa acumulada y, por consiguiente, menos podrá hacerlo si esa deuda hay que liquidarla en una moneda mucho más valiosa en términos de la moneda de la economía española. Son palabras mayores, pero significa que nuestro país tendrá que declararse en quiebra por imposibilidad de atender todos los pagos exigidos por el exterior.
“El euro es un proyecto tan contrahecho y con tantas carencias que si, por una vía milagrosa, se superase la actual crisis,  al día siguiente comenzaría a gestarse la siguiente”
Para esos pagos no hay que contar con los activos frente al exterior, puesto que los poseedores de estos son personas físicas o jurídicas cuyo espíritu no está alimentado por la  caridad, de modo que no regalarán su dinero a los deudores españoles. Los pasivos brutos que hemos mencionado, 2,3 billones de euros, es la carga a la que deben hacer frente los deudores, sin perjuicio de que algunos deudores tendrán también activos en el exterior y de que no todos los pasivos son exigibles en el mismo grado.
La primera distinción importante de la cifra citada es si se trata del sector público o del sector privado. La cifra recién citada se descompone en 300.000 millones de deuda del sector público, fundamentalmente deuda del Estado en manos de extranjeros, y de 2 billones de deuda del sector privado, muy destacadamente las instituciones crediticias. Unas instituciones atrapadas además en la crisis Inmobiliaria: un porcentaje significativo de los activos de la banca y las cajas de ahorro están comprometidos en préstamos a la vivienda de particulares y préstamos a promotores inmobiliarios. Ello, a su vez, ha desencadenado la crisis bancaria, con sus problemas de saneamiento de balances, quiebras de algunas entidades y reestructuración del sector, lo que implica problemas internos para la economía española y problemas externos, puesto que la contrapartida de la deuda externa son activos sobrevalorados o fallidos. ¿Qué hacer?
La deuda privada frente al exterior, la parte más voluminosa, no debiera constituirse en un problema que afectase al conjunto de los agentes económicos, sino que habría que dejar que cada uno de los atrapados en dificultades tratase  de superarla con su medios propios. Los que puedan pagar que paguen, otros que negocien quitas y otros, irremediablemente, tendrán que declararse en quiebra, todo lo cual repercutirá en los acreedores extranjeros y, por supuesto, es la credibilidad de la economía española que quedará por tiempo muy afectada. La crisis trae estas consecuencias. (Como es evidente,  las instituciones europeas y el gobierno español no piensan lo mismo y de ahí toda la removida política y económica que ha generado la crisis bancaria y los intentos de resolverla con el rescate y la intervención del Eurogrupo)
Sólo cuando la crisis de la deuda afectara a empresas decisivas de sectores estratégicos, con un riesgo de desaparición, correspondería al Estado salvarlas bajo la fórmula de la nacionalización sin indemnización alguna y sólo atendiendo a los compromisos ineludibles para garantizar su supervivencia. La casuística de la realidad existente no permite avanzar criterios mucho más concretos.
La deuda externa del sector público, importante pero limitada, como se ha visto, remite a un problema más general: el endeudamiento global de las Administraciones públicas, con el Estado como principal institución en este tema.
Similitud entre el déficit de la balanza de pagos y el déficit público
Hay una similitud muy grande en el caso español, por una parte, entre el déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente y el déficit público y, por otra, entre la magnitud del endeudamiento externo y el volumen de la deuda pública en circulación. El endeudamiento sólo puede reducirse como consecuencia de un superávit, ya sea en la balanza de pagos o en las cuentas públicas, pero no es fácil de corregir. El déficit exterior responde a  causas complejas, que pueden sintetizarse en la falta de competitividad de la economía española y no son fáciles de superar. A pesar de los esfuerzos por lograr su reducción, a pesar de los duros ajustes internos y la depresión de la economía, el déficit exterior sigue existiendo y con ello originándose el aumento de la deuda externa.
“La aparición de la peseta tendría el mismo significado que una devaluación como las que ocurrían antes de la creación del euro. Las exportaciones se verían estimuladas y las importaciones frenadas”
En el caso del déficit público, los intentos de reducirlo chocan con la trampa de que una política fiscal contractiva hunde la economía y ello va acompañado de una reducción de los ingresos públicos y el aumento de algunos gastos, con lo cual los objetivos del déficit se alejan. La deuda pública acumulada no deja de crecer mientras exista el déficit, y la carga que ello representa, en unas condiciones además muy adversas por la crisis financiera internacional y las sospechas justificadas sobre la solvencia del país,  que se traducen en tipos de interés con primas de riesgo muy elevadas. Se crea así un círculo infernal entre la obsesión por contener el déficit público y la depresión de la economía. Tanto él  déficit exterior como el déficit público exigen políticas que agravan hasta el extremo de lo disparatado y lo socialmente sostenible el hundimiento de la economía.
Hemos mencionado el déficit de la balanza por cuenta corriente de casi el 4% del PIB en 2011 y los 2,3 billones de euros de endeudamiento exterior.  En lo que se  refiere al déficit público todo intento de reducirlo por la vía de ajustes y recortes tiene consecuencias muy dramáticas, como se está experimentando en los últimos tiempos. Cada punto de rebaja del déficit público representa unos 10.000 millones de euros,  pero el endeudamiento (conocido) de las Administraciones Públicas alcanza a finales del 2011 los 800.000 millones de euros. La conclusión, desde mi punto de vista, es la siguiente: así como no se podrá pagar el endeudamiento externo, también será imposible que las Administraciones Públicas españolas puedan hacer frente al montante de la deuda acumulada. Significa esto, expresado con toda claridad, que será necesario reducir el peso de las cargas de la deuda por la vía rupturista de anunciar y negociar una quita de la deuda pública española o imponer una moratoria a muy largo que, a todos los efectos, tiene el mismo significado.
Todos los acreedores poseedores de dicha deuda, extranjeros y españoles,  tendrán que ver disminuidos sus activos por el montante de la quita. Todo esto suena estridente, a crisis aguda, a una situación compulsiva, pero es una realidad ya, por ejemplo, en el caso de Grecia. Y nuestro país, con sus matices, tendrá que recorrer la misma senda.
“No es razonable suponer que la vuelta a la peseta impulsará los precios al alza como lo hizo la implantación del euro, más bien lo contrario”
No se puede ocultar el dramatismo que estos acontecimientos tendrán en nuestro país y en el ámbito de la unión europea. Pero hablamos de necesidades imperiosas y de fuerzas incontenible y, por consiguiente, no cabe pensar en la conveniencia o deseabilidad de estos hechos, que no lo son,  sino que están irremediablemente condenados a acontecer. Este punto de vista no es inocuo políticamente, porque,  cuando se habla de la salida del euro, este hecho no está ligado o forma parte de las reivindicaciones de la izquierda, sino que sucederá con independencia de la fuerza política de ella. En cambio, la política que acompañará a la salida del euro, política salarial, regulación laboral, redistributiva, fiscal, nacionalizaciones, derechos sociales, si estará determinada por el empuje de las fuerzas progresistas y la movilización social.
Más protección
Hasta aquí se han tratado los asuntos fundamentales que implican la salida del euro. Pero tal suceso tiene muchas más implicaciones y consecuencias que, sin embargo, no son fáciles de anticipar puesto que no son independientes de las circunstancias en que se produzca esa salida -ya se ha visto antes que la casuística del desmontaje del euro es prolija- ni de, por otra parte, la profundidad de la ruptura de y con la Unión Europea.
Salir del euro podría significar ser uno de los países que conforman la Unión Europea pero no forman parte de la zona euro, como es el caso de Gran Bretaña o Dinamarca.  De ser simplemente esto, habría que seguir respetando todas las normas que rigen en el mercado único y las políticas comunes. Si la ruptura del euro o el desenganche de un país pone también en cuestión la existencia o los compromisos derivados de la vinculación al  mercado único, los márgenes de una actuación autónoma, soberana e independiente, son indiscutiblemente mayores. Cabría concebir una situación intermedia que consistiría en lograr un régimen especial para una economía convulsa y traumatizada para contar con grados de libertad importante en el manejo de sus relaciones internacionales.
Así, debe pensarse en recuperar resortes y capacidad para controlar los movimientos de capitales. La globalización financiera, sustentada en la desregulación y la libertad absoluta de los movimientos de capital, se ha demostrado un disparate que es preciso acotar, tanto para reducir la especulación y la inestabilidad financiera como para proteger empresas y sectores nacionales.
Por otro lado, el mercado único impide levantar barreras arancelarias o restricciones cuantitativas al comercio de mercancías, pero no hay por qué descartar que, al menos transitoriamente, en una situación muy adversa desde todos los puntos de vista, se pudiera influir en los flujos de las importaciones, a sabiendas de la complejidad del problema, incluidas las represalias posibles.
“Todos los beneficios colaterales de la moneda única – facilidades al viajero, tasas de compraventa de moneda extranjera, coberturas de riesgos del tipo de cambio, etc – se perderían, pero son minucias en comparación con la destrucción que puede seguir causando el euro”
Todo ello parece una vuelta al pasado, y sin duda lo es. Pero no cabe dramatizar el hecho pensando que se vuelve a una situación autárquica o de ruptura de relaciones económicas con el exterior. Después de todo, el euro tiene una historia muy breve, poco más de 13 años, y sólo se trataría de desmontar algunos aspectos insostenibles de la unidad europea y recuperar para los países los resortes e instrumentos de que han dispuesto históricamente para conducir la economía por una senda elegida. El futuro siempre es oscuro, pero no nos son menores los riesgos de no tratar de dominarlo con todas sus incertidumbres, y continuar  como si no pasara nada camino de la catástrofe.
La situación social y política en que tenga lugar la ruptura económica que la salida del euro implica determinará su intensidad y la orientación de la política a seguir. La relación de fuerza entre las clases, la movilización social, el apoyo y comprensión con que cuente esa ruptura serán decisivos para recorrer el periodo de transición que se abre. Inútil es ocultar que la izquierda parte de una posición débil en casi todos los sentidos, pero los cambios en una situación económica y social tan adversa y perversa pueden ser bastante rápidos, que nos diría Lenin.
A partir de aquí, más que seguir proponiendo contenidos políticos alternativos, cambios económicos necesarios y convenientes, lo fundamental sería decidir la salida del euro y comenzar el debate social de como afrontar la nueva fase de nuestra historia, el despertar del mal sueño y la pesadilla del euro, que estará cargada sin duda de problemas y retos cruciales. Los ingentes recursos intelectuales que se gastan inútilmente en justificar o defender una posición perdida como es la perduración del euro en nuestro país debieran dedicarse a estudiar, profundizar y detallar las mejores soluciones para recuperar a una sociedad postrada y descompuesta en todos los órdenes. Supondría ocupar al país en actividades creativas e ilusionantes y abandonar el pesimismo funerario en que está atrapado. Muchas veces el miedo y la sinrazón paralizan y destruyen a las sociedades, las atosiga en estrechos callejones cuando las amplias avenidas están a la vuelta de la esquina.

Pedro Montes. Economista. Socialismo 21.



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