lunes, 15 de octubre de 2012

¿QUIEN DIO LA ORDEN DE ASESINAR AL CHE?


Las investigaciones históricas demuestran que el 8 de octubre de 1967, en la ciudad de La Paz, aproximadamente a las seis de la tarde, se efectuó una reunión entre los generales René Barrientos (entonces presidente de Bolivia), Alfredo Ovando y Juan José Torres, con el propósito de analizar los mensajes recibidos desde La Higuera y Vallegrande. No sabían qué hacer y no se tomó ninguna decisión. Solo se evaluaron los acontecimientos y las informaciones obtenidas hasta ese momento y solicitaron que las mismas se ampliaran, así como conocer nuevos detalles de lo que estaba pasando. Barrientos se dirigió a la residencia del embajador norteamericano y desde allí se comunicaron con Washington.
15_cheErnesto Che Guevara en un mural de La habana, Cuba. ©Andy Watson-Smith
A las nueve de la noche fue interrumpido para entregarle un mensaje desde Vallegrande. Le solicitaban instrucciones de cómo proceder con los prisioneros pero él no tenía aún decidido qué hacer y la respuesta fue que debían mantenerlos vivos hasta recibir nuevas instrucciones.
Aproximadamente a las once de la noche, el presidente boliviano, a través de Douglas Henderson, embajador norteamericano en Bolivia, recibió un mensaje desde Washington. Le decían que el Che debía ser eliminado. La decisión de asesinar al Che estaba tomada en Washington desde 1960. Después del fracaso de la invasión por Playa Girón, asumió la jefatura de la CIA Richard Helms, quien continuó el Proyecto Cuba que contemplaba el asesinato de Fidel, Raúl y el Che, y la imposición, mediante la fuerza militar, de un gobierno en La Habana afín con los intereses de Estados Unidos. Ellos aseguraban, sistemáticamente, que la Revolución Cubana sería derrotada en cuestión de meses. Dentro de sus planes se propusieron eliminar a sus principales líderes.

Una decisión de la presidencia de Eisenhower

En 1962 se creó en Washington un grupo especial ampliado, integrado por George Mc Bundy, asesor presidencial sobre Seguridad Nacional; Alexis Johnson, por el Departamento de Estado; Roswell Gillpatrick, por el Pentágono; John Mc Cone, por la CIA, y Lyman Lemnitzer, por el Estado Mayor Conjunto. Todos tenían la misión de dar cumplimiento al Proyecto Cuba.
El 19 de enero de 1962 se reunieron en las oficinas del Secretario de Justicia norteamericano, donde se les informó que el asunto de Cuba tenía la primera prioridad para el gobierno de Estados Unidos y debía resolverse sin economizar tiempo, dinero, esfuerzo ni recursos humanos.
Un juez boliviano ha ordenado la detención del general retirado Gary Prado, el militar que en 1967 capturó al Che. Lo investigan por su vinculación con un grupo de mercenarios que en 2009 preparaban un atentado contra el presidente Evo Morales.
En el encuentro también se aprobaron varias acciones encaminadas a destruir la Revolución Cubana y, en especial, a la eliminación física de sus dirigentes.
Cuando se recibió en Washington la información de que el comandante Ernesto Che Guevara se encontraba prisionero y herido en la escuelita de La Higuera, no fue necesario discutirlo. La CIA, el Departamento de Estado, el Pentágono y la Casa Blanca tenían tomada la decisión desde mucho antes.
La decisión de eliminar a Fidel Castro, Raúl Castro, Ernesto Guevara y otros dirigentes de la Revolución Cubana fue adoptada durante el mandato del presidente Dwight D. Eisenhower y se mantuvo en los planes de la CIA durante las administraciones de John F. Kennedy (1961 a 1963) y su sucesor Lyndon B. Johnson (1963 a 1969). La participación de la CIA en planes y asesinatos políticos de dirigentes extranjeros fue reconocida en la investigación del Congreso encabezada por el senador Frank Church en 1975.
Ninguna persona sensata puede creer que, si el gobierno de Estados Unidos, la embajada norteamericana en La Paz o la CIA querían al Che vivo para interrogarlo, llevarlo a una base militar en Panamá o lo que estimaran conveniente, como sostienen desde 1997, alguien en Bolivia se hubiera atrevido a matarlo. Pensar que fue una decisión enteramente boliviana es desconocer la realidad del país andino en aquellos años y el papel de la CIA y de la embajada de Estados Unidos en los países de América Latina. Es como decir que la Operación Cóndor es una ficción y que Estados Unidos no tiene nada que ver con los crímenes, secuestros, desaparecidos y torturados en esa etapa de la historia de América Latina. Sería como afirmar dentro de veinte años que la invasión, los crímenes y torturas en Afganistán, Iraq, Libia, Palestina o en la ilegal base naval de Guantánamo es un invento de los revolucionarios y fue decisión de los militares locales, sin que Washington tuviera participación. Es como sostener que las cárceles secretas de la CIA o los vuelos con prisioneros utilizando aeropuertos europeos es una falsedad.
El Che y los asesinados en La Higuera no fueron una excepción en la ola de represión, crímenes y desaparecidos que se vivieron en esos años y constituye un deber ético señalar a los  culpables, cómplices, encubridores, manipuladores, tergiversadores  y justificadores.  Ese sería un homenaje más, en el cual muchos honestos militares bolivianos estarían del lado de la verdad y de la justicia porque, a partir de los acontecimientos de la guerrilla, dentro de las fuerzas armadas de Bolivia se generó una corriente de toma de conciencia sobre las realidades de su país y el sometimiento a Estados Unidos.
Adys Cupull y Froilán González || autores del libro La CIA contra el Che, publicado en La Habana.

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