martes, 21 de marzo de 2017

20M: FELICES POR DECRETO

¿Son más felices los integrantes de esta tribu amazónica?
El 20 de marzo se celebra el Día internacional de la felicidad. No tengo claro si es una invitación a serlo o si solo pretenden hacernos reflexionar sobre el sentido de la vida.
Definir la felicidad depende de las expectativas de cada quién. Si preguntas a la mayoría de la gente si es feliz, pocos responderán que no lo son. Sin embargo, cuando miras a sus ojos, las sombras enturbian esa presunta dicha. Nada es absoluto ni definitivo. Tampoco la felicidad. La mayoría dirán que se trazaron una meta que han satisfecho en gran medida. Un buen trabajo, una pareja, un par de hijos, una casa en propiedad, un círculo social donde encajar… Una huida hacia adelante, cubriendo etapa tras etapa, en busca de un unicornio escurridizo, de una entelequia que no podemos materializar a voluntad.
Pero si indagas un poco más allá y les cuestionas: ¿y eso es todo?, se van por los cerros de Úbeda. ¿Es que hay algo más? Nos da terror enfrentarnos al auténtico sentido de la vida, por eso reproducimos los patrones aprendidos. Pensamos que acumulando cosas o personas podremos acceder al nirvana prometido, pero, al parecer, la cosa no funciona así. Todos conocemos a gente que parece haber alcanzado el éxito personal y profesional, pero a nada que escarbas en su dorada aura aparecen los miedos y las inseguridades. El reputado catedrático que vive inmerso entre folios y legajos porque se asusta del mundo que hay allende sus papeles. La bellísima actriz que exhibe una sonrisa refulgente ante las cámaras mientras piensa obsesivamente en la báscula y que siempre puede aparecer otra más joven y delgada. El empresario exitoso que se maneja en un mundo de tiburones hambrientos, siempre presto a devorar o a ser comido.  La abnegada madre que ve como sus polluelos, ¿la razón de su existencia?, abandonan definitivamente el nido.
Una pareja pasea sonriente cogidos de la mano. Aparentemente, una escena idílica. Pero en sus cabezas les asaltan mil temores: ¿tendremos trabajo para poder pagar la hipoteca?, ¿perdurará nuestro amor más que ella?
El subconsciente va por libre, amargándonos la vida, recordándonos que la mayor de las tragedias podría llegar en cualquier momento. Que, en realidad, nunca estamos a salvo. Yo no sé qué carajo es la felicidad aunque acumulo en mi vida instantes muy felices. En cualquier caso, he renunciado a su búsqueda. Al menos, a esa felicidad absoluta que solo puede ser propia de un idiota o un ser insensible. Solo un cretino o un psicópata pueden abstraerse del dolor y la injusticia que campan por este planeta.
Buscar la felicidad puede ser la vocación del ser humano, otra cosa es entenderla. Hay veces que aparece en lo más cotidiano. Cuando tu gato te ronronea al oído y, por unos segundos, entras en un éxtasis animal que te transmite una paz indescriptible. O cuando escuchas una melodía que te levanta por encima de las tribulaciones y las penas. Cada cuál la siente a su manera. Solo hay que atrapar esos momentos. Exprimir todo su jugo sin acoquinarse por lo que pueda pasar luego.
La felicidad no se consigue por oposición ni es un concurso de méritos. No existen plazas vitalicias, ni puede atesorarse en las cajas fuertes de los bancos. Sean felices cada vez que puedan, pero procuren no obsesionarse con ello. Las mariposas no sobreviven si quieres agarrarlas con el puño, se convierten en polvo.
Jorge Luis Borges dejó unos versos muy apropiados sobre la obligación de ser feliz: “Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo”.

Plumaroja

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